El libro que el New York Times eligió entre los mejores aunque para sus protagonistas está todo mal

Con una mirada dura sobre el México profundo, la novela de Fernanda Melchor cuenta las vidas de hombres que viven con sus madres, se la pasan de juerga y maltratan a las mujeres. Un cocktail que agobia.

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Áspera. Lacerante. Dura. Es como una lanza caliente que te atraviesa el cuerpo. Duele. Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, es todo eso y mucho más . Y sin embargo querés seguir hasta el final . Y rápido. Capaz de esa manera se termine el martirio de esas mujeres maltratadas, abusadas y descartadas como cosas que no sirven para nada.

La historia empieza cuando unos chicos encuentran un cuerpo flotando en un canal, en las afueras de Veracruz. La atmósfera es de suspenso e intriga. “Una cosa espantosa. Porque cuando los chamaquitos la encontraron el cuerpo ya estaba inflado y los ojos se le habían salido“. Y con ese gancho vas avanzando en la lectura , porque querés saber qué pasó y quién fue. Y así, desprevenida, sin darte cuenta lo que está por venir, seguís. Y de pronto, zas!, el calor, el agobio, la fatalidad que no termina nunca. Asfixia. Lo que viene después , agárrate. Es puro realismo trágico. Porque de mágico no tiene nada. Apenas algunos tramos donde se mezcla lo fantástico con la realidad más cruda y espantosa que puedas imaginar. Un revoltijo de estómago.

El ojo del huracán de esta obra es sin duda la violencia y la marginalidad en México, en todas sus formas, y expresiones, representada en la miserable vida de sus personajes: unos patanes, buenos para nada, que por cuestiones que no voy a revelar, terminan enredados en el crimen de la persona que aparece flotando en el agua al inicio de la novela. Son unos pobres tipos despreciables, vagos, que viven de sus madres, hermanas o parejas- a las cuales ningunean, maltratan y abusan- y se la pasan de juerga todo el día sin hacer absolutamente nada con sus vidas más que emborracharse, drogarse y meterse en problemas sin medir consecuencias. Casi, casi como animalitos salvajes pero peores.

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Eso sí: siempre apañados por la cultura de extremo machismo que todos, queriendo o sin querer, alimentan. “(…) porque en realidad el cabrón se salió de la escuela porque era bien burro y holgazán y lo único que le gustaba era el jelengue y se la vivía metido en las cantinas de la carretera, cantando y tocando la guitarra esa que un borrachito dejó empeñada un día en la fonda (…) A juzgar por la cantidad de pastillas que se había metido la noche anterior, no revivió sino hasta la noche del domingo(…)y seguramente trataría de conseguir dinero y así comprar más de sus cochinas pastillas”Todo mal en la vida de los hombres y mujeres protagonistas de esta historia. No hay esperanza de nada. Solo de que se termine lo antes posible y hacer de cuenta que aquí no ha pasado nada y listo. Imposible, porque sí pasaron cosas y terribles.

Temporada de huracanes, editada por Penguin Random House, se tradujo a más de 30 idiomas y fue considerada por The New York Times entre los cien mejores libros del 2020. Es una mirada crítica a la violencia de género y al machismo en la sociedad mexicana. La novela es la excusa perfecta para narrar el horror de cómo es vivir en un mundo bestial, sin futuro y cómo eso fragua en el interior de un ser humano o de una familia, hasta quebrarlos.

Son 224 páginas de narrativa salvaje donde pareciera que no hay horizonte para ninguno de los protagonistas. Y no lo hay.” (…) en algún momento de la madrugada pensó en ir a pedirle al chamaco sus pinches pastillas (…) un día de esos iba a tomarse tantas que ya no volvería a despertarse, pensó Munra, antes de sumirse en un sopor agitado”. Y no es hasta el final de la tremenda historia de Melchor, que el martirio termina . Aunque sea una verdad de perogrullo, la paz solo les llegará una vez muertos. » (…)había que calmarlos primero, hacerles ver que no había razón alguna para tener miedo, que el sufrimiento de la vida ya había concluido y que la oscuridad no tardaría en disiparse. (…) ya viene el agua , le contó el Abuelo a los muertos(…) bendito sea, pero ustedes no teman (…) el agua no puede hacerles nada ya. ¿Ya vieron la luz que brilla a lo lejos? Bueno, para allá tienen que irse, para allá está la salida de este agujero”.

Quien es Fernanda Melchor

♦ Nació en el puerto de Veracruz, México en 1982.

♦ Es autora de crónicas Aquí no es Miami (2018) y de las novelas Falsa liebre (2022), Paradais (2021) y Temporada de huracanes (2017) , esta última traducida a 30 idiomas y finalista del Booker International 2020.

♦ Su obra fue reconocida a nivel nacional e internacional, recibiendo el Premio Anna Seghers 2019, el Premio Internacional de Literatura de Alemania y el Premio PEN a la Excelencia Literaria 2018.

♦ En 2023 Netflix produjo una adaptación al cine de Temporada de Huracanes, dirigida por Elisa Miller.

Temporada de huracanes (Fragmento)

Le decían la Bruja, igual que a su madre: la Bruja Chica cuando la vieja empezó el negocio de las curaciones y los maleficios, y la Bruja a secas cuando se quedó sola, allá por el año del deslave. Si acaso tuvo otro nombre, inscrito en un papel ajado por el paso del tiempo y los gusanos, oculto tal vez en uno de esos armarios que la vieja atiborraba de bolsas y trapos mugrientos y mechones de cabello arrancado y huesos y restos de comida, si alguna vez llegó a tener un nombre de pila y apellidos como el resto de la gente del pueblo fue algo que nadie supo nunca, ni siquiera las mujeres que visitaban la casa los viernes oyeron nunca que la llamara de otra manera. Era siempre tú, zonza, o tú, cabrona, o tú, pinche jija del diablo cuando quería que la Chica fuera a su lado, o que se callara, o simplemente para que se estuviera quieta debajo de la mesa y la dejara escuchar las quejas de las mujeres, los gimoteos con los que salpimentaban sus cuitas, achaques y desvelos, los sueños de parientes muertos, las broncas con aquellos aún vivos y el dinero, casi siempre era el dinero, pero también el marido, y las putas esas de la carretera, y que yo no sé por qué me abandonan justo cuando más ilusionada me siento, le lloraban, y todo para qué, gemían, mejor era morirse ya, de una vez, que nadie nunca sepa que existieron, y con la esquina del rebozo se limpiaban la cara que de todos modos se cubrían al salir de la cocina de la Bruja, porque no fuera a ser que luego dijeran, una nunca sabía, con lo chismosa que era la gente del pueblo, de que una iba con la Bruja porque se tramaba una venganza contra alguien, un maleficio contra la cusca que andaba sonsacando al marido, porque no faltaba la que inventaba falsos cuando una inocentemente lo que nomás andaba buscando era un remedio para el empacho deste pinche chamaco atascado que se zampó solito un kilo de papas, o un té que sirviera para espantarse el cansancio o una pomada para los desarreglos del vientre, pues, o nomás sentarse ahí un rato en la cocina a desahogar el pecho, liberar la pena, el dolor que aleteaba sin esperanza en sus gañotes.

                                                         
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