Alberto Capella, responsable de la violenta represión de una manifestación feminista, protegió a uno de los sicarios más mortales de Guerreros Unidos

El trato era simple, el sicario testificaba contra sus exaliados y jefes, detallando los detalles al interior de la organización, a cambio, podía salir libre sin enfrentar cargos

infobae.com

Sin documentos o firmas, o una legislación que lo respaldara. Un “acuerdo de caballeros” permitía a sicarios, responsables de las muertes más violentas de cientos de personas, salir libres al ser detenidos.

Para 2019, se había construido una “casa de seguridad” junto a la prisión de Morelos para albergar a los “testigos” colaboradores. Al mismo tiempo, en Sinaloa, varios grupos de hombres armados sometieron a las fuerzas armadas, para obligar a las autoridades de la Secretaría de Seguridad, comandada por Alfonso Durazo, a liberar a Ovidio Guzmán, hijo de “el Chapo” Guzmán, quien había sido detenido. El líder criminal fue liberado en unas pocas horas, por una orden directa de Andrés Manuel López Obrador, según informó él mismo.

Alberto Capella recientemente presentó su renuncia como titular de la Secretaría de Seguridad Pública de Quintana Roo por la violenta represión de una manifestación que pedía justicia por el feminicidio de Alexis, en Cancún, en la que elementos de la policía estatal abrieron fuego frente a la multitud, dejando dos reporteras heridas y varias detenidas que acusaron de violencia y abuso sexual por parte de los elementos de seguridad pública.

Sin embargo, no es la primera vez que el funcionario se ve envuelto en polémica por su actuación al frente de los cuerpos de seguridad.

En Morelos, Capella utilizó un programa “clandestino” de protección de testigos para poner en práctica un operativo que desmantelara a las bandas del crimen organizado, usando a los mismos criminales detenidos.

En este programa, el entonces titular de Seguridad Pública de Morelos, incluyó a uno de los asesinos más mortales de todo el estado que, además, mostró el camino que habían seguido él y otros cientos de jóvenes para volverse sicarios de uno de los cárteles más violentos del país, el de Guerreros Unidos.

Así lo reveló una investigación de Paulina Villegas y Azam Ahmed para el New York Times, en la que se narra la forma en que un joven se convirtió en uno de los peores y más mortales sicarios del narco.

El cárte de Guerrero UndosEl cárte de Guerrero Undos

Los “sargentos” preguntaron al grupo de “reclutas”, cuántos de ellos habían matado a alguien antes. Algunas manos se levantaron.

Al mostrarles un cadáver desnudo, le ordenaron a uno de los aprendices que lo desmembrara con un machete. El recluta se congeló y tras unos momentos, el instructor le disparó en la cabeza.

Al pasar el machete al siguiente adolescente, éste no titubeó. Era su oportunidad de convertirse en sicario, de ganar dinero, poder y respeto.

“Quería ser un sicópata, matar sin misericordia y ser uno de los sicarios más temidos del mundo”, dijo al describir a los reporteros la escena de su reclutamiento, a los 17 años, en el que tuvo que aguantar las inmensas ganas de vomitar antes de asestar el primer golpe cerrando los ojos.

El centro de entrenamiento del cártel de Guerreros Unidos se encuentra en las montañas, e incluye en su “programa” ejercicios, carreras matutinas y prácticas de tiro. Pero, principalmente, según el testigo, es una forma de arrancar el miedo y la empatía de quienes ahí se entrenan.

“Se llevaron todo lo que quedaba en mí que era humano, y me convirtieron en un monstruo”.

Para 2017, con sólo 22 años, ya había participado en más de 100 asesinatos, volviéndose, en pocos años, en uno de los asesinos más letales en Morelos. Sin embargo, fue detenido ese mismo año y utilizado por Alberto Capella, en un uso irregular de las facultades del estado.

“No había nada que pensar. No quería pasar el resto de mi vida en prisión”, contó el sicario.

Al terminar su gestión, Capella dejó docenas de asesinos a sueldo en un limbo judicial, por lo que el sicario escapó temiendo que lo fueran entregar al cártel. Días más tarde, su hermano, quien al contrario de él era miembro de las fuerzas armadas, fue encontrado muerto con una nota pegada al cuerpo en la que se leía: “esto es lo que le pasa a los soplones”.

                                                         
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