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El desarrollo de las aplicaciones de inteligencia artificial (IA), así como el crecimiento del número de personas y ámbitos a las que afecta hace urgente debatir en torno a la ética de estos sistemas y a la asimetría que pueden producir en la sociedad, sostienen especialistas.
En el artículo Inteligencia artificial: definiciones en disputa (2020), de los argentinos Matías Giletta, Ariel Giordano y Noelia Mercaú, entre otros autores, se esbozan los alcances que desarrollos de este tipo están produciendo en la sociedad humana, por ejemplo, el “ensanchamiento de las brechas tecnológicas entre los países y regiones (…) En ese escenario, América Latina se encuentra en una posición rezagada”.
Los autores consignaron que la IA “está adquiriendo un protagonismo cada vez mayor en la vida social de las personas, en la economía, en la producción, en las profesiones: en actividades tales como el reconocimiento de patrones (facial, de objetos en imágenes, de spam en el correo electrónico); en la prestación de servicios bancarios; en la salud (particularmente, en lo relativo a la realización de determinados diagnósticos y análisis de imágenes).
También en “la producción agropecuaria; en los chatbots o asistentes virtuales para smartphones y computadoras personales; en el comercio electrónico; en traductores virtuales, empleando procesamiento de lenguaje natural; en servicios de streaming; en videojuegos, entre muchas otras aplicaciones.
Este texto reseña las posturas sobre IA que muestran un futuro sombrío y apocalíptico y otras que lo describen como esperanzador y optimista. “Esos debates y polémicas están lejos de saldarse; por el contrario, es probable que se agiten aún más a medida que la IA vaya ganando en sofisticación, en aplicabilidad, en impacto social, económico, cultural”.
Por ende, sostiene la necesidad de “que no sólo especialistas en informática, en ciencias de datos y en matemáticas participen en los debates acerca de la IA y sus consecuencias humanas; también pueden y deben hacerlo personas formadas en filosofía, en ética, en ciencias sociales, en humanidades. La relevancia de esas consecuencias justifica esa apertura de la polémica”.
Ya en 2019, la filósofa española Adela Cortina Orts daba cuenta de la necesidad de parámetros en torno al desarrollo digital en su texto Ética de la inteligencia artificial. La primera conclusión era que dado el momento en el que nos encontramos con respecto a la IA, “no se trata, pues, de una ética de los sistemas inteligentes, sino de cómo orientar el uso humano de estos sistemas de forma ética”.
La catedrática establece cinco principios que se deben aplicar en entornos digitales, unos de los más importantes se refieren a que los progresos deberían estar al servicio de todos los seres humanos y la sostenibilidad del planeta; después habría que proteger a las personas contra el mal uso de los datos, además de que “los afectados por el mundo digital tienen que poder comprenderlo”.
La empresa Oracle, en su sitio web, define la inteligencia artificial como “sistemas o máquinas que imitan la inteligencia humana para realizar tareas; pueden mejorar reiterativamente a partir de la información que recopilan”.
Detalla que algunos ejemplos de uso práctico de lo que se considera inteligencia artificial en el presente son los chatbots, como el ahora popular ChatGPT especializado en el diálogo, desarrollado en 2022 por la empresa OpenAI.