Entre “cinturón de paz” y anarquistas, renuevan exigencia de justicia a 51 años de la masacre de Tlatelolco

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CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Esta vez parecía distinto. Y tal vez lo sería. Por primera vez, desde 1968, la marcha en recuerdo a la matanza del 2 de octubre más rojo encontraba al país liderado por un gobierno identificado con la izquierda.

Al inicio de la jornada, reunidos en la Plaza de las Tres Culturas desde las tres de la tarde, esta vez los contingentes de estudiantes, maestros, trabajadores sindicalizados y activistas no tuvieron que lidiar con cateos policiacos a la entrada a Tlatelolco.

Liderados por integrantes del Comité 68, tuvieron que dejar a un lado las consignas anuales contra los gobiernos “asesinos” del PRI y del PAN; huérfana la ira contra el representante en turno del camino de sangre que trazó el expresidente Gustavo Díaz Ordaz, se concentraron en las fuerzas armadas y exigir educación y justicia.

Festivo el ambiente, el amanecer de la marcha unió a miles en goyas y huélums. Ayotzinapa la contradicción y el espejo. La solemnidad y la rabia de cientos de normalistas regresaban a las viejas consignas de las que ninguna autoridad se salva.

Pero la de la marcha no era la única voz confundida. En lo que va de su administración, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ha tenido que lidiar con críticas derivadas de una brecha social que al momento dirime sus disputas entre la conveniencia -o no- del uso de la fuerza pública durante los disturbios en las manifestaciones dentro de la capital del país.

Presa de la ideología teórica del partido oficial, de sus propias promesas de inhabilitar el cuerpo de granaderos y la no intervención de elementos de seguridad pública en este tipo de marchas, improvisó la implementación de un “cinturón de paz” para el que convocó a 12 mil servidores públicos que protegerían la marcha de infiltrados provocadores, como califican a todos quienes hayan marcado su indignación en pintas y destrozos a monumentos y comercios.

Pese al cinturón de paz, los anarquistas realizaron distintas pintas. Foto: Miguel Dimayuga
Pese al cinturón de paz, los anarquistas realizaron distintas pintas. Foto: Miguel Dimayuga

Con camisetas blancas, la leyenda “2 de octubre no se olvida” en el pecho, los voluntarios -que no lo eran del todo- cubrieron la ruta de Tlatelolco hasta el Zócalo a lo largo del Eje Central Lázaro Cárdenas. Larguísimas vallas humanas de ambos lados de la acera fueron el marco de los indignados.

“Nosotros no reprimimos, pero tampoco podemos ser permisivos en muchos de estos actos que se han desarrollado, de grupos conservadores a los que no les interesa la democracia”, fue la indefinición de la morenista que dispuso comandos policiales a distancia y en las boca calles del Centro Histórico.

El presidente, Andrés Manuel López Obrador, había marcado su línea: “Nosotros, que venimos de oposición, sabemos cómo evitar que actúen provocadores. Si queremos protestar contra actos autoritarios, como los que propiciaron la represión del 2 de octubre del 68, tenemos que actuar por la vía pacífica. No a la violencia”.

El presidente también habló de Gandhis, de Mandelas y de acusar con sus madres y abuelos a cualquier “conservador” que rompiera el orden.

La advertencia fue contra los “encapuchados”. Porque en estas manifestaciones siempre falta uno, en ellos se fijó al adversario.

En redes sociales, el gobierno federal posicionó la campaña #2DeOctubreSinViolencia y llamó a que nadie marchara con el rostro cubierto.

Pero los únicos que no estaban confundidos eran precisamente los llamados grupos anarquistas: decenas de jóvenes que entienden al Estado y sus leyes como enemigo lo ignoraron y lo dejaron marcado en cada espacio que pudieron romper y pintar:

“AMLO facho”, fue la frase más recurrente.

Los encapuchados realizaron distintas pintas y también utlizaron material flamable. Foto: Benjamín Flores
Los encapuchados realizaron distintas pintas y también utlizaron material flamable. Foto: Benjamín Flores

“¿Para qué la Guardia Nacional, si tenemos cinturón de paz?”, se leía otra burla mientras llamaban “acarreados” a los integrantes de ese cordón de seguridad.

“Ni perdón ni olvido. Nos hace falta odio”, grafitearon.

Entre vidrios rotos y petardos, apagados entre una mayoría dispuesta a recordar, sumidos en el pasado que no quieren volver a pasar, los anarquistas terminaron dispersados. Esta vez no hubo ataques contra el Palacio Nacional. Esta vez, algo era distinto.

                                                         
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