CIUDAD DE MÉXICO (proceso.com.mx).- A partir de la medianoche y durante la madrugada, tres días a la semana, a la puerta de la parroquia Cristo Salvador, en Tlalpan, se veía formar a decenas de feligreses, foráneos y locales, de todas las edades y estratos sociales, con la esperanza puesta en ser recibidos por el padre Francisco Javier, hoy detenido por su probable participación en el crimen de su acólito y asistente, Leonardo Avendaño.
Las personas que acudían para ser atendidas los lunes, jueves y viernes eran entre 15 y 20. No más.
“Hay quienes llegaban a las 12 de la noche para poder ser vistos por el padre”, dice una creyente que asistió en repetidas ocasiones. Ella acostumbraba hacerlo a las 5 de la mañana, cuando tenía la necesidad de ser oída.
Cuentan los vecinos de la colonia Ampliación Miguel Hidalgo, que esos días de “recibimiento”, la calle Alfredo V. Bonfil era un caos desde antes del amanecer: se inundaba de autos, de puestos ambulantes y de gente que llegaba con fe a ver al presbítero, ordenado hace 24 años en esta capital.