Si bien el SARS-CoV-2 ataca en principio las vías respiratorias, el cuadro inflamatorio que ocasiona es sistémico y personas recuperadas de coronavirus presentan afectaciones en órganos como el corazón o los riñones. Por qué ocurre sólo en algunos pacientes
infobae.com
La lista de enfermedades persistentes de COVID-19 es más larga y variada de lo que la mayoría de los médicos podrían haber imaginado. Las secuelas reportadas en todo el mundo incluyen fatiga, latidos cardíacos acelerados, falta de aliento, dolor en las articulaciones, pensamiento confuso, pérdida persistente del sentido del olfato y daños en el corazón, los pulmones, los riñones y el cerebro.
Y lo que se observa es que la probabilidad de que un paciente desarrolle síntomas persistentes es difícil de precisar y no estaría relacionado con que la persona haya presentado un cuadro grave de la enfermedad.
Diferentes estudios rastrean diversas manifestaciones y siguen a los sobrevivientes durante diferentes períodos de tiempo. Así, por ejemplo, en Italia se descubrió que el 87% de una cohorte de pacientes hospitalizados por COVID-19 agudo todavía estaba luchando con síntomas persistentes dos meses después. Mientras que datos de un estudio, que utiliza una aplicación en la que se ingresan datos de millones de personas de los Estados Unidos, el Reino Unido y Suecia sugieren del 10 al 15%, incluidas algunas con casos «leves», no se recuperaron rápidamente.
Lo cierto es que con la pandemia aún en curso, nadie sabe qué tan lejos en el futuro perdurarán los síntomas y si el COVID-19 provocará la aparición de enfermedades crónicas.
Pero, ¿cuál es la causa de este fenómeno? “El virus SARS-CoV-2 causante de COVID-19 entra a las células que infecta a través de la unión con un receptor específico llamado ‘enzima convertidora de la angiotensina’ (ACE2 del inglés) que normalmente tiene una función relacionada con el sistema cardiovascular, la regulación de la presión arterial y la modulación del sistema inflamatorio celular”. Así comenzó a explicar a Infobae el médico neurólogo Conrado Estol (MN 65005), quien ahondó: “El ACE2 regula los efectos de una hormona llamada angiotensina II, que aumenta la presión arterial e inflamación causando daño en los tejidos. Cuando el virus que causa COVID-19 se une al ACE2, impide que este regule los efectos negativos de la angiotensina II y esto lleva al daño celular”.
El problema -según Estol- “es que casi todos los órganos y todo el sistema circulatorio del cuerpo tiene receptores ACE2 lo que explica que el virus cause lesiones en diferentes órganos y en el sistema circulatorio”.
Entre un 10 y 30% de los pacientes que tuvieron la infección pueden desarrollar un cuadro crónico que se manifestará según el órgano comprometido. Un estudio publicado en la revista JAMA evaluó con resonancia magnética cardíaca a 100 pacientes 70 días después de tener COVID-19 (sólo el 30% de los pacientes había requerido internación). Se encontró algún tipo de alteración cardíaca en el 80% y signos de miocarditis (inflamación del músculo cardíaco) en el 60%. “Es posible que este hallazgo explique la ocurrencia de arritmias en varios pacientes y también la elevación de la troponina que usualmente aumenta en casos de infarto cardíaco”, consideró Estol.
Otros pacientes refirieron dificultad respiratoria y fatiga rápida al hacer actividades de la rutina diaria, que se atribuyó a la presencia de compromiso pulmonar persistente detectado en imágenes del tórax. “Además, otros estudios confirmaron fibrosis pulmonar que es improbable que pueda revertir con el tiempo”, aseguró el neurólogo, quien agregó que “en los riñones se identificaron lesiones en los túbulos donde se filtra la sangre para formar orina y esto se expresa con una insuficiencia renal”.
“Una proporción importante de pacientes describió trastornos neurológicos persistentes manifestados por debilidad de brazos o piernas como secuela de la inflamación de nervios (causada por el llamado síndrome de Guillain-Barre y por mononeuritis multiplex), otros tienen pérdida persistente del olfato, muchos describen trastornos en la memoria y la capacidad de concentración, dificultades con el equilibrio (describen tropezarse frecuentemente) y alteraciones en la coordinación motora fina -detalló-. También hay pacientes que reportan persistencia de dolores corporales difusos, cefaleas, cansancio, insomnio y trastornos digestivos como vómitos y diarrea”.
El síntoma más persistente y más desconcertante parece ser la fatiga, pero los investigadores advierten sobre llamarlo síndrome de fatiga crónica, ya que “ese es un diagnóstico específico”. “Es posible que tengan fibrosis en los pulmones, y eso los hará sentir fatigados; podrían tener una función cardíaca deteriorada, y eso hará sentir fatigado”. Intentar rastrear los síntomas hasta su origen es fundamental para comprenderlos y finalmente manejarlos, coinciden los que saben.
Y tras asegurar que “no es posible determinar aún si estos síntomas tendrán una duración de meses, años o se transformarán en una secuela permanente”, Estol consideró que “la aparición de estas secuelas es independiente de la severidad del cuadro clínico que haya manifestado el paciente por lo que una presentación asintomática o leve no asegura que la persona no tendrá síntomas en el largo plazo”. Y ejemplificó: “Un estudio de tomografía computada pulmonar en los pacientes asintomáticos contagiados en el crucero Diamond Princess, mostró que el 50% tenían lesiones pulmonares”.
“En el Sanatorio Güemes, el servicio de Infectología puso en marcha un consultorio de ‘síndrome post-COVID’ para tratar y dar el apoyo necesario a los pacientes que presenten estas manifestaciones de largo plazo”, sumó el experto.
Para la médica infectóloga Romina Mauas (MN 100075), si bien el tema preocupa “no es novedoso porque hay varias infecciones virales y bacterianas -como la influenza, el virus de la mononucleosis, o bacterias que producen sepsis o neumonías graves- que producen afectación de diferentes órganos”. “Las funciones alteradas a veces se restablecen y otras quedan secuelas”, remarcó la coordinadora médica en Helios Salud y miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (Sadi).
“En relación al COVID-19 recién se están viendo qué lesiones son más leves y cuáles mejoran”, sostuvo la especialista, quien, consultada sobre la causa de este fenómeno, explicó: “El cuadro inflamatorio que causa el virus es sistémico, afecta diferentes sistemas y si bien el virus elige un ‘órgano blanco’, que en este caso es la vía respiratoria, en algunos individuos se ve afectado más de un órgano”. “En general tiene que ver con la inmunidad, y la inflamación que el individuo desarrolle frente al virus (a más inflamación más se observa). Ahora, por qué uno se inflama más que otro aún no se sabe”, agregó.
Respecto a la fatiga, que es uno de los síntomas más comunes -y al que no se le encuentra causa-, Mauas señaló: “No se sabe si se debe al problema pulmonar secuelar, a la secuela cardiológica, o a otra causa. Habría que ver si esos pacientes tienen otro síntoma que justifique ese cansancio”.
Wanda Cornistein es médica docente de Enfermedades Infecciosas en la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral (MN 105460) y destacó que “al inicio de los síntomas es cuando se considera que la persona tiene una mayor carga viral, que el cuadro es contagioso y esos síntomas son en respuesta a la infección aguda”. “Como cualquier otra enfermedad viral, hay una etapa de convalecencia, en la que la persona puede persistir con mialgias, fatiga o decaimiento, que es propio del impacto que tuvo la enfermedad sobre esa persona y que dependerá de cada uno”, explicó la especialista, quien señaló que “hay pacientes que en 48 horas resuelven todo los síntomas y otros que quedan con ese periodo de convalecencia en el que es más compleja la resolución completa de la sintomatología”.
Sin embargo, a pesar de esta situación, Cornistein aclaró que “hoy se sabe que después del día ocho y estando afebril y sin síntomas agudos esa persona no contagia y eso es lo que hace que pueda retomar su vida habitual, aunque tenga este decaimiento que puede acompañar a su cuadro y que quede como una convalescencia un poco más prolongada”.
Qué pasa en el corazón
Ante la consulta de este medio, el médico cardiólogo Jorge Tartaglione (MN 67.502) explicó: “Las afecciones cardíacas que puede generar el COVID-19 pueden manifestarse como un impacto del virus en el corazón generando una inflamación del músculo cardíaco, lo que determina una miocarditis, que se ha visto con otros virus también y que genera una dilatación del corazón que lo hace insuficiente y que algunos pacientes tienen la restitución total y otros necesitan un tratamiento o algunos llegan a tener después de una miocarditis un trasplante”.
El presidente de la Fundación Cardiológica Argentina (FCA) amplió que “también lo que se vio es que produce daño cardíaco a través de un marcador que se determina -que se llama la troponina- que está aumentado entre un 20 y un 30% y esto lo que significa es que el corazón se daña”. “Esa troponina indica que el corazón tiene algún daño en alguna célula y es el mismo marcador que se utiliza para ver el diagnóstico y la evolución del infarto agudo de miocardio”, agregó.
“Algunos pacientes pueden quedar con secuelas, como arritmias, esas mismas que tienen durante la internación por COVID-19 relacionadas a una enfermedad pulmonar y también puede permanecer en el tiempo”, puntualizó el experto.
El SARS-CoV-2 en el cerebro
Sobre cuál es la causa de lo que ocurre a nivel neurológico como consecuencia de la infección por SARS-CoV-2, Estol explicó que “los mecanismos pueden ser varios y no necesariamente el compromiso neuronal directo por el virus”. “Por ejemplo, en el caso de la anosmia (pérdida del olfato) se mostró que son las células que rodean a las neuronas del olfato las que son dañadas por el virus -puntualizó-. Otro mecanismo ocurre cuando el virus activa la tormenta de citoquinas y es el propio sistema inmunológico de la persona afectada el que ataca al cerebro causando encefalitis y otras lesiones”.
– ¿Cómo explicaría el fenómeno que neurólogos y pacientes describen como “niebla cerebral”?
– Cuando el cerebro es afectado por una inflamación, como ocurre en las encefalitis, o por una descarga eléctrica generalizada -como sucede en una convulsión-, la persona puede sentir que no tiene “claridad” de pensamiento (de ahí el nombre de “niebla cerebral”). Este fenómeno puede desaparecer en pocas horas cuando es por una convulsión pero puede durar días o semanas cuando es el resultado de una inflamación difusa como la que causa en algunos casos el COVID-19.
A casi cinco meses de declarada la pandemia por coronavirus por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y en un contexto dinámico en el que todo lo que se sabe de la enfermedad es sobre la base de la casuística del momento, evitar que más personas puedan desarrollar un cuadro de COVID-19 crónico es otra muy buena razón para controlar esta pandemia lo más rápidamente posible. “Al disminuir el número de contagiados serán menos los candidatos a sufrir consecuencias en forma crónica”, concluyó Estol.