Una mujer de 30 años narró cómo una relación virtual transformó su vida. El consumo de crack, la pérdida de su familia y una condena inesperada
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En México, casi cuatro de cada diez personas privadas de la libertad permanecen en prisión sin haber recibido sentencia, una realidad que afecta de manera desigual a hombres y mujeres. Según cifras de INEGI, al cierre de 2022, el 49.3 % de las mujeres recluidas en centros penitenciarios carecía de resolución judicial, frente al 38.4 % de los hombres.
Aunque la inmensa mayoría de la población penitenciaria corresponde a hombres (94.4 %, es decir, 213 mil 390 internos) frente al 5.6 % de mujeres (12 mil 726), la proporción de mujeres sin sentencia resulta mayor. Los datos, extraídos de los Censos Nacionales de Sistemas Penitenciarios en los ámbitos federal y estatal (CNSIPEE-F), reflejan que, de un total de 226 mil 116 personas internas en centros de detención, 88 mil 172 no contaban con sentencia.
A los 21 años, Claudia atravesaba un momento vulnerable tras separarse del padre de su hijo y se encontraba, como muchas jóvenes en su entorno, inmersa en el cuidado del pequeño y la convivencia familiar. Es entonces cuando, a través de Facebook, empezó una conversación con un hombre que la cautivó con constantes mensajes y atenciones. La insistencia y el coqueteo lograron persuadirla para concretar una cita, pese al recelo inicial, pues él le confesó abiertamente su reciente liberación del reclusorio.
La primera cita, con flores y gestos de afecto, marcó el punto de partida de una relación que pronto se hace cotidiana. Su nuevo compañero se integró en su círculo familiar, conoció a su hijo y la colma de detalles, generando un clima de confianza que la va alejando de restricciones y advertencias. Durante esta etapa, los lazos con su familia todavía eran sólidos, y Claudia mantenía la ilusión de un futuro estable.
En el episodio 137 del podcast “Penitencia” de Saskia Niño de Rivera estrenado el 7 de agosto, la voz de Claudia se escucha contundente y honesta: desde el interior de un penal relata paso a paso cómo un romance nacido en redes sociales se convirtió en un camino sin retorno hacia la cárcel y la soledad.
Sin embargo, el rumbo cambió radicalmente cuando el consumo de drogas irrumpió en la relación. Su pareja, al principio, normalizaba el uso de marihuana, y Claudia terminó aceptándolo. Con el tiempo, la situación escaló al consumo de crack y ella se volvió adicta.
Este giro marcó el comienzo de un distanciamiento progresivo de sus seres queridos, especialmente de su hijo, a quien su padre —preocupado por las nuevas circunstancias— decidió separar de Claudia. El abismo entre ella y su familia se profundizó, pues ante el dilema de elegir entre la relación y el apoyo familiar, terminó decantándose por la pareja y su dinámica de vida, pese al costo personal.
La nueva rutina se caracterizó por la inestabilidad. La convivencia familiar se transformó por completo: Claudia llega a vivir en la calle, depende económicamente de su pareja, y la adicción se posicionó en el centro de su existencia diaria.
Buscar drogas y acompañar a su pareja en actividades ilícitas —principalmente robos a peatones, transporte público y extorsiones— se convirtió en algo habitual. Su papel, según narra en el podcast, fue desde acompañante hasta facilitadora en los hechos delictivos.
La detención ocurrió durante un atraco cercano a Día de Reyes. Claudia se encontraba esperando en el vehículo mientras su pareja y un amigo realizaban el robo; tras una persecución y un accidente automovilístico, terminó en manos de la policía. El proceso judicial culminó en una sentencia de 24 años de prisión, posteriormente reducida a 20 años y 6 meses tras un recurso legal. El cómplice se entrega y confiesa, su pareja es detenida en otro asalto.
Dentro del penal, la experiencia se volvió introspectiva. Los primeros meses estuvieron marcados por el aislamiento y la ausencia del núcleo familiar: solo su madre la visita en las primeras ocasiones, mientras su padre, hermanos e hijo mantienen distancia. La escasez de recursos y la dinámica penitenciaria la obligaron a buscar estrategias para subsistir, incluyendo la obtención de apoyo económico fuera de prisión y el trabajo al interior.
Es en este entorno donde tomó conciencia del impacto de sus actos, aún persiste un esfuerzo por abandonar el consumo de piedra, a pesar de haber recaído en él, y encuentra algo de estabilidad mediante nuevas amistades dentro del penal. Su anhelo es salir e intentar ser una buena madre para su hijo.