Este mes ya se produjeron las temperaturas promedio más altas jamás registradas en el planeta. El fenómeno de El Niño va a agravar la situación y se predicen tormentas catastróficas
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La semana pasada fue la más calurosa registrada en la Tierra desde hace, al menos, 150 años. Todo el hemisferio norte vive un verano en el que la vida humana se hace cada vez más difícil sin estar bajo aire acondicionado. Y el fenómeno de El Niño promete empeorar mucho las cosas en los próximos días. Los científicos están alarmados por la rapidez con la que se está registrando el cambio climático. Pero esta preocupación no parece permear en los políticos, las campañas electorales y en la mayoría de la gente. Nos estamos cocinando lentamente (literalmente) como las ranas y no nos damos cuenta, no sabemos o no nos importa.
Si una rana se pone repentinamente en agua hirviendo, saltará, pero si la rana se pone en agua tibia que luego se lleva a ebullición lentamente, no percibirá el peligro y se cocerá hasta la muerte. Así estamos nosotros. Lo sabemos, lo vemos, nos taladran los oídos con noticias de lo que ocurre permanentemente. Pero no nos importa. Tenemos una enorme incapacidad para reaccionar ante las amenazas siniestras que surgen gradualmente en lugar de hacerlo de repente. Nos lo anuncian, nos previenen, tenemos tiempo para solucionar el problema, pero no lo hacemos. Preferimos morir cocinados. Sí, también sabemos que hay enormes intereses económicos que trabajan para que nada suceda.
La semana pasada fue la más calurosa de la historia del planeta. Es probable que la llegada de un fuerte fenómeno de El Niño, proveniente de las mareas del Pacífico, eleve aún más las temperaturas globales y provoque fenómenos meteorológicos extremos e inéditos en todo el mundo. Las temperaturas del Atlántico Norte están alcanzando temperaturas “fuera de serie”, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
El martes 7 de julio se superaron los 17 grados centígrados de temperatura media global de la Tierra. Un ignoto podría decir que se trata de un día muy agradable para dar un paseo, pero para que ese sea el promedio, se tuvieron que dar mediodías de más de 50 grados en muchos lugares. Por ejemplo, en Sevilla fueron 52 grados. Según la directora del Woodwell Climate Research Center, fue la temperatura promedio más alta “en al menos 100.000 años”. Son estos récords los que se convierten en una prueba más del calentamiento global provocado por el ser humano con sus emisiones de efecto invernadero y que desataron una crisis climática que se manifiesta con estos fenómenos meteorológicos extremos cada vez más fuertes y frecuentes.
“No es un récord para celebrar y no será un récord por mucho tiempo, ya que el verano del hemisferio norte todavía tiene dos meses más y se está sumando el fenómeno de El Niño en el Pacífico”, advirtió Friederike Otto, profesora del Instituto Grantham de Cambio Climático del Reino Unido. En México, solamente, murieron 112 personas desde marzo a causa del calor. La ola de altísimas temperaturas penetró hacia el norte y dejó casi inhabitable buena parte de Texas, Arizona y New Mexico. En la India murieron 44 personas en un día en el estado de Bihar. Beijing soportó su sexta ola de calor con más de 45 grados tres días seguidos. Y el Reino Unido tuvo el junio más caliente desde que comenzaron a anotarse las temperaturas en 1884.
La Tierra ya está 1,2 grados centígrados más caliente que en la era preindustrial. Los científicos más destacados del mundo en temas meteorológicos coinciden en afirmar que si superamos la barrera de 1,5 grados en el calentamiento global, las consecuencias serán irreversibles. Los últimos estudios indican que llegaremos a ese umbral antes de 2027. La OMM advierte que este año El Niño -que llega después de que el planeta pasara tres años bajo la influencia de La Niña, la fase de enfriamiento del ciclo del Pacífico- está llamado a “empujar las temperaturas globales hacia un territorio desconocido”.
Sin embargo, la crisis parece no tener la misma urgencia para los políticos de todo el planeta que siguen enfrascados en temas para ellos más cruciales. Obviamente que la pobreza y la acumulación de la riqueza en unas muy pocas manos provocan desastres tan o más grandes que los que nos trae el cambio climático. Pero como apunta Carlo Buontempo, director Servicio de Cambio Climático de Copernicus, de la Unión Europea, “no hay problema mayor que quedarnos sin planeta”. “Se sigue viendo como un fenómeno de largo plazo. `No va a suceder ahora. Va a suceder en algún momento en el futuro y nosotros tenemos que comer hoy o queremos democracia hoy´. Eso es lo que está en la cabeza de la mayoría de la gente, los políticos lo saben y no actúan porque no les traería votos ahora. Dicen `en la próxima elección veremos´. Hablan un poquito del asunto para dejar a los periodistas más tranquilos y ponen unos cuantos paneles solares, pero nada más. Y así se va multiplicando el mismo comportamiento en todos lados. Lo vemos en los países más ricos como en los más pobres”, explica Gwen Sebastian, coordinadora de la coalición de organizaciones ambientalistas europeas.
La campaña para las elecciones del 23 de julio en España se está desarrollando en el medio de esta ola de calor extremo y eso obliga a los políticos a mostrarse preocupados por la situación. También los muestra con un gran cinismo. La ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, llegó pedaleando una bicicleta a la cumbre de ministros de Medio Ambiente y Energía de Europa que se realizó el lunes pasado en Valladolid. Pero unos videos mostraron que era apenas una actuación. Se había bajado de su limusina unos 100 metros antes. Esto sin contar que había tomado un avión particular para viajar desde Madrid. Pedro Bestard, un negacionista del cambio climático aspirante a concejal por el partido de extrema derecha, Vox, ya anunció que aspira a dirigir la “conselleria” de Medio Ambiente en Mallorca para “evitar que se hagan gastos basados en presupuestos que no tienen consenso científico”. El martes, la organización Greenpeace colgó un enorme cartel en la emblemática Puerta de Alcalá de Madrid donde se ven a los cuatro principales candidatos a jefes de gobierno transpirados y donde se puede leer: “¿Os la suda el cambio climático?”
En la campaña para las primarias de Argentina tampoco coló el tema del medio ambiente. “La crisis climática, el tema ausente en la campaña a la Presidencia argentina”, es el título de una nota de opinión que publicaron en el diario El País de Madrid, los especialistas María Laura Rojas, Enrique Maurtua y Pilar Bueno. “Es hora de que todos los partidos políticos y sus candidatos y candidatas aborden el tema del cambio climático desde una mirada integral, entendiendo que la crisis climática está intrínsecamente ligada a los principales sectores productivos argentinos que se encuentran amenazados por los impactos climáticos en el corto y mediano plazo”, dicen. Pero la realidad indica que el tema no está en la agenda de los candidatos y que no hay una demanda por parte de la población para que se hable del tema.
Otro buen ejemplo de la política alejada de la realidad climática se produjo esta misma semana en Vilnus, Lituania, con la cumbre de la OTAN. Obviamente es un foro destinado a lo que parecería ser otro tema: la seguridad de Europa. Aunque los expertos apuntan a que el cambio climático está íntimamente ligado a la seguridad. “Debería ser el tema número uno de la agenda de seguridad. El cambio climático es la mayor amenaza que tenemos, desde ya a la misma altura que la del expansionismo ruso”, expresó Damian Ivanopolus en el último foro de “Seguridad y Medio Ambiente”. Los propios líderes de la OTAN lo remarcaron en su documento final de una reunión que tuvo como epicentro –naturalmente- la invasión de Rusia a Ucrania. Identificaron el cambio climático como “un desafío definitorio con un profundo impacto en la seguridad aliada”. Fue apenas un párrafo. Se llevaron más espacio las amenazas relacionadas con la ciberseguridad o el espacio.
Y no es que no haya habido avances desde que en 1988 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU comenzó a buscar acuerdos globales para proteger a la Humanidad. Desde entonces, se alcanzaron el Protocolo de Kioto, de 1997, para reducir las emisiones de efecto invernadero, el Acuerdo de París, de 2015, sobre adaptación y financiación, los pasos que se dan cada año en las COP, las conferencias anuales de cambio climático que organiza la ONU. Pero también enormes retrocesos con China y Estados Unidos, los máximos contaminadores del planeta, jugando al peligroso juego de ver quién contaminó primero y cuánto debería pagar el otro por los daños.
El punto de inflexión se produjo en 2009 en la cumbre de Copenhague donde se estuvo a punto de firmar un acuerdo global histórico para reducir sustancialmente las emisiones de gases contaminantes. Los periodistas que cubrimos el evento vimos pasar a Barack Obama, a Nicolas Sarkozy, al primer ministro chino Wen Jiabao, a Lula da Silva, a Angela Markel y a todos los otros europeos rumbo a una última reunión de los líderes y esperamos durante horas en la sala de prensa la resolución final. Estábamos tan entusiasmados que interpretamos el alargue de las deliberaciones como una señal de que todo iba bien. Los delegados y expertos esperaban esperanzados dormitando en los rincones después de días de deliberaciones sin descanso. Fuera del recinto, se habían congregado miles de personas para recibir la noticia del acuerdo. Esperábamos como si estuviéramos en Gotham City y el alcalde estuviera por anunciar que Batman había terminado con el Joker para siempre.
Fue un fracaso. Los líderes se fueron sin avisar y por la puerta de atrás. La magia se había terminado. Al año siguiente, en Cancún, en México, fue una cumbre lavada, dispersa, sin destino. Desde entonces, cada doce meses estamos en la misma situación. Continuamos con los enunciados de las catástrofes que se nos vienen encima y ninguna acción en concreto o, por lo menos, ninguna efectiva para que no siga aumentando el promedio de la temperatura global. Ya no necesitamos saber más nada. El cambio climático está con nosotros para quedarse. Cada temporada aparece como peor que la anterior. Vemos como las personas mueren por causas relacionadas, cómo las cosechas desaparecen, cómo las aguas arrastran nuestras casas, cómo las sequías nos dejan sin agua potable. Y no importa si estamos en Bagladesh, donde estas cosas pasan regularmente desde hace décadas, o en Montevideo donde nunca antes había sucedido. Los científicos se siguen alarmando mientras la mayoría de la gente y los políticos se ocupan de problemas “más urgentes”. Tenemos incapacidad para reaccionar a las catástrofes graduales.