Ante la emergencia, la incapacidad estructural de atender a todos, la prioridad se le da a quienes consideran que tiene ‘más posibilidades de sobrevivir’.
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Es tarde. Cinco personas, de todas las edades, con síntomas de COVID-19 son valoradas por los médicos del Hospital General Dr. Darío Fernández, del ISSSTE. Sólo hay una cama disponible y, por ahora, un adulto mayor, de entre 75 y 80 años, tiene la ventaja sobre los demás para ser internado.
Afuera, familiares desesperados no pueden hacer nada, salvo esperar. Adentro, parece que la decisión está tomada. De pronto llega una ambulancia. Trae a un joven de 32 años. Es valorado. Para el enfermero David (nombre que se le dará pues prefiere el anonimato), tanto el joven como el adulto mayor presentan un cuadro grave, por lo que urge que sean atendidos. Pero sólo hay una cama disponible.
Comienza la deliberación entre el personal médico. Ante la emergencia, la incapacidad estructural de atender a todos, pues en menos de un mes los espacios para atender emergencias se han agotado, la prioridad se le da a quienes consideran que tiene “más posibilidades de sobrevivir”, como lo señala la Guía Bioética realizada por el Consejo de Salubridad General, publicada el 30 de abril.
Hora de comunicar la noticia. El tiempo apremia. Al adulto mayor se le dice que no hay más camas y que busque otro hospital. De él David ya no supo nada.
Cuatro días después, el joven de 32 años falleció. Para David, con sólo 25 años, estas decisiones son un punto de inflexión en su vida y en su profesión.
La pandemia lo obligó a dejar su hogar, con su padre, porque es diabético y no quería exponerlo. A unas cuadras halló un lugar para rentar.
Para el joven, quien tiene ya dos años trabajando en el Darío Fernández, tener que decidir quién tendrá o no acceso a atención médica “bajonea. No somos Dios para tomar esas determinaciones”.
Una de sus funciones es la de trabajar con los cuerpos de personas que han fallecido por el virus. Le frustra. “Es meterlos en una bolsa como si fueran animales, cerrarla. Sus familiares no lo vuelven a ver”, señala.
El trabajo aumenta, cada vez es más pesado, más estresante. Recuerda que a inicios de abril había tres pacientes con coronavirus. Se estabilizaban y se enviaban a un tercer nivel (al hospital 20 de Noviembre); allá se saturó a las dos semanas y se enviaron al Zaragoza, y a la semana se saturó y ya los dejaron en el Darío Fernández. A los pocos días se saturó ahí. Hasta anoche, la capital registraba 75% de ocupación de camas generales, y 65%, de camas con ventilador.
David trabajaba por guardias, antes de que empezara la pandemia. Pero con el COVID-19 entró con la promesa de que les darían la base. Aunque reconoce que no es seguro. “Nosotros aceptamos casos de COVID y son puntos para tener la base”. Cuenta que se han contagiado personal de limpieza, camilleros.
Aun así ‘vive’ en el hospital. Hace guardias “en sus ratos libres” para ahorrar, porque las ganancias no son regulares. Con lo que le queda compra insumos, “que a veces llegan a escasear en el nosocomio”.