Periódico La Jornada/ Culiacán, Sinaloa/ Las cámaras no lo registraron, pero los ojos de anónimos transeúntes sí. Al periodista Javier Valdez lo bajaron de su coche, lo obligaron a arrodillarse y así le dispararon. Por eso su característico sombrero se mantuvo sobre la cabeza, mientras sus manos terminaron debajo de su cuerpo y sus piernas quedaron extendidas y juntas sobre el asfalto de la avenida Vicente Riva Palacio, muy cerca de Ríodoce, el semanario que cofundó.
Funcionarios ligados cercanamente a la investigación del homicidio del periodista y escritor revelaron a este diario detalles sobre el asesinato que han sido recopilados desde el lunes pasado.
En esta ciudad la mayor parte de los vehículos tiene vidrios polarizados. En las calles no importa que los automóviles vengan a muchos metros, los conductores que van a cruzar o que se van a incorporar a una vialidad se detienen. Casi nadie toca el claxon. Eso sí, siempre andan precavidos porque no se sabe quién anda en las calles.
Esos detalles pudieron ser importantes en lo que le ocurrió a Javier Valdez el 15 de mayo en la avenida Vicente Riva Palacio casi esquina con Ramón F. Iturbe, explicaron los investigadores.
Junta de los lunes
El autor de Los huérfanos del narco y Narcoperiodismo, entre otros libros, llegó a las nueve de la mañana a Ríodoce, como cada lunes, para participar en la junta editorial del semanario.
Ismael Bojórquez, director de la publicación, veía desde una ventana hacia el estacionamiento del inmueble y observó la llegada de Valdez en su automóvil Toyota Corolla rojo. El reportero lo estacionó en reversa y subió al primer piso de Francisco Villa 701, esquina con Teófilo Noris.
Desde hace 14 años cada lunes en Ríodoce los cofundadores celebran una junta editorial en que analizan las propuestas informativas y los temas para los números siguientes.
La reunión duró casi dos horas. Ismael salió de Ríodoce y Javier Valdez se quedó redactando una noticia para La Jornada sobre las manifestaciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación ese día en Culiacán.
El Bato, como él decía a sus amigos y compañeros, había mencionado a su familia que había riegos y amenazas. Le preocupaba, por ello habló con directivos de La Jornada, y ese lunes particularmente con Bojórquez. En ambos medios, además del Comité para la Protección a Periodistas, con sede en Nueva York, le ofrecieron respaldo. Él definiría cuándo saldría de Sinaloa.
Ese lunes el semanario Ríodoce publicó un artículo de Ismael Bojórquez titulado: Matar sin piedad, con impunidad, ¿hasta cuándo?
Escribió: “Cuál es la diferencia, debiéramos preguntarnos. Si se trata de crímenes de la mafia, el pretexto –que no la razón– que se esgrime es que están relacionados con delitos federales y por tanto localmente no se les da el seguimiento adecuado que lleve al castigo de los victimarios. La estadística criminal está llena de estos casos. Más de 90 por ciento de los homicidios, seguramente. Y entonces ya ese 90 por ciento se fue al caño de la impunidad. Pero si se trata de crímenes de otra naturaleza, donde participen integrantes del crimen organizado –feminicidios, ofensas personales, pleitos en los bares, disputas familiares o por propiedades–, es la misma. Tampoco se investigan y esta vez por puro miedo. De tal forma que, durante décadas –al menos desde el sexenio de Antonio Toledo Corro– los asesinatos relacionados con el hampa y los de alto impacto, del origen que hayan sido, nunca se aclaran. (Lugar especial ocuparía el caso de Norma Corona, pero no así el de Michel Jacobo, que quedó impune.)”
Concluye Bojórquez: “¿Quiere el nuevo gobierno estatal bajar los índices de impunidad? Empiece a castigar a los culpables. Es la mejor vía. Y la prevención, claro. Pero mientras no se rompan los círculos viciosos de la impunidad, los crímenes se irán reproduciendo porque todos matan sabiendo que no serán castigados. Ni los autores materiales ni los intelectuales.
“Y corre la cuenta para Quirino Ordaz Coppel, pero también para el fiscal Juan José Ríos Estavillo. Y no hay pretexto. Se supone que llegaron para cambiar las cosas, no para estarse quejando de que no hay recursos, que las camionetas no sirven, que los sistemas informáticos tampoco, que las armas, que faltan policías, que no hay ni para la gasolina… La gente quiere resultados, que bajen los índices delictivos. Y que no se cometa un crimen así, contra un profesionista, sin que sea castigado.”
Temas personales
Antes de las 12 horas Ismael habló por teléfono dos ocasiones con Javier. Trataron cosas personales del primero, tenían que ver con el manejo de una Afore.
Javier Valdez, quien aprendió a golpes a reportar la violencia, abandonó Ríodoce, abordó su coche y enfiló por Teófilo Noris.
Avanzó dos calles y dobló a la izquierda; se incorporó a Epitacio Osuna. Se desplazó una calle y volvió a dar vuelta a la izquierda sobre Vicente Riva Palacio. En esa esquina está la única empresa de la zona que cuenta con dos cámaras de vigilancia, son del Centro de Distribución Mirage.
El Corolla rojo, placas VMY4906, circuló más de 100 metros, llegó frente a la estancia infantil Los Jardines y allí un coche blanco le cerró el paso. En el lugar no hay huellas de frenado intempestivo, tampoco rastros de choque.
Los investigadores suponen que el periodista se detuvo como si se tratara de una cortesía para que otro vehículo se incorporara a la vialidad.
Dos hombres encapuchados descendieron del auto blanco y obligaron a Javier Valdez a abandonar su unidad.
Los testimonios refieren que el periodista fue amagado. Sacó las bolsas de su pantalón de mezclilla como si se tratara de un robo.
Los encapuchados hablaron con él un minuto o dos y lo hicieron arrodillarse. El periodista colocó las rodillas sobre el asfalto candente; a esa hora, las 12, el termómetro marcaba 29 grados, según las estimaciones.
Javier Valdez Cárdenas, sin quitarse el sombrero, se arrodilló, colocó las manos al frente, sobre sus piernas, y se habría agachado. Así le dispararon 12 veces. Cayó de frente.
Cuando llegaron los paramédicos ya había fallecido. Colocaron una manta azul sobre su cuerpo, solamente la cabeza y el sombrero sobresalían.
Ismael, su amigo y socio en Ríodoce, regresaba al semanario y no lo reconoció a primera vista. Creyó que se trataba de una persona atropellada.
Dos jóvenes le dijeron no. Lo mataron. Estacionó su vehículo y fue al lugar para ver. Era Javier Valdez quien yacía en medio de la calle. Llamó al semanario y la noticia inundó las redes sociales. Habían asesinado al autor de la columna Malayerba, al periodista que optó por decir no al silencio.
Casi al mismo tiempo que llegaban peritos y agentes judiciales al lugar, en la frecuencia policial se informaba que el vehículo de Valdez había sido abandonado sobre una banqueta en avenida Aquiles Serdán casi esquina con Cristobal Colón.
Ninguna cámara de vigilancia que opera el ayuntamiento ni de los negocios que existen en la ruta que siguieron los sicarios captó sus rostros y sus acciones, pues no funcionan, ya que el municipio no paga desde hace más de un año el mantenimiento de los equipos.