No olvidan a El Lazca en El Tezontle; le ofician misa a ocho años de que Calderón declarara su muerte

PACHUCA (apro).- “Las razones son muy obvias, no mencionaré su nombre (…) siempre lleva en su memoria que oriundo es de su Tezontle”.

proceso.com.mx

El nombre no lo menciona el corrido, que resuena en las bocinas que amenizan la verbena, pero la fotografía en la iglesia de San Juan de los Lagos en la colonia El Tezontle de Pachuca, justo en la parte baja de la imponente cruz de metal, lo dice todo: es El Lazca, Heriberto Lazcano Lazcano, exlíder de Los Zetas.

Recién se terminó la homilía para recordar al capo a ocho años de que el gobierno federal, entonces a cargo de Felipe Calderón, declaró su supuesta muerte, aunque el cuerpo no llegó al mausoleo que el propio Lazca mandó construir, a metros, en el Panteón Ejidal de San Francisco.

“Su residencia es Pachuca, pero anda a salto de mata, cree mucho en su huesuda, ese Pahua es una reata, con él trae una tartamuda cuando de matar se trata”, dice también el corrido que lanza esbozos de la vida de Lazcano, a quien “muchos capos lo respetan, lo cuida todo un comando, el gobierno está en alerta, hacía falta en Hidalgo un gran comandante zeta”.

El sacerdote Ascensión, padre Chon, como lo llama su feligresía, pidió para El Lazca el perdón del Señor, y que le conceda la luz eterna. Amén, secundaron los fieles, y las rezanderas, al final, dedicaron un padrenuestro que están en los cielos, santificado sea tu nombre, por el descanso de don Heriberto, aquí llamado así.

Pero no todos en esta colonia, donde tenía casas de seguridad, están convencidos de que Lazcano Lazcano haya sido abatido por la Marina en Coahuila el 7 de octubre de 2012, en una hazaña que, para los habitantes de El Tezontle, incluye una dosis de gran suerte –los marinos no sabían que a quien supuestamente disparaban era a El Lazca–, y, también creen, de fantasía, –el cuerpo fue robado en una funeraria, con todo y carroza, pero nunca ha aparecido–.

“No lo creemos, mucha gente que somos de aquí no lo creemos, porque la verdad nunca nos dijeron nada, y el cuerpo nunca llegó”, dice uno de los hombres cerca de donde lanzan los cohetes, con un halo de humo que cubre la fachada de la iglesia, tras la misa, mientras ocurre la verbena en las que pasan de mano en mano los tamales, las chalupas y atole.

Entonces, ¿por qué le rezan? Y tiene dos respuestas: “bueno, por si nos ve, o por si sí fue”, y sonríe discreto. Se refiere al tiroteo en el que supuestamente terminó la vida del segundo objetivo criminal de la guerra contra el narcotráfico, detrás de Joaquín El Chapo Guzmán. Eso, para los habitantes del El Tezontle, es otra hazaña, porque dicen que El Lazca peleaba solo –la DEA lo pone como aliado del Cártel de los Carrillo Fuentes y de Los Beltrán Leyva–, mientras que El Chapo tenía al gobierno y “lo protegían Calderón y García Luna”.

Cuando no era El Lazca

Don Andrés Torres, encargado del panteón ejidal donde El Lazca construyó su mausoleo, es un referente obligado para hablar del capo en El Tezontle. Lo conoció desde niño, cuando no era El Z3 ni el Verdugo, sino sólo Heriberto, entonces era “güerito, blanquito de su piel, nariz chata. No me acuerdo si tenía pecas o estaba limpio”.

El veterano vecino de El Tezontle, antes ordeñador de vacas hasta que todas las tierras pasaron a manos de empresarios que hicieron la “zona plateada de Pachuca”, pasa la mano por la barba que no tapa el cubrebocas, entre surcos de arrugas de su piel apiñonada, y después recuerda: “no, estaba limpio, sus ojos eran claros, no eran verdes, pero sí claros, y su cabello chino; no era muy alto, más bien, bajito”.

Se acomoda su sombrero texano y mira tras unas gafas negras que cubren sus ojos cansados; el cubrebocas, cuando se resbala de sus mejillas, deja ver la dentadura perdida cuando carcajea, casi como susurro, por el bajo decibel de su voz. Entre su camisa blanca y su pantalón verde trae un cinturón de hebilla grande. Ya le cuesta andar entre tumbas, pero aún lo hace.

Habla desde un cuartito de madera y lámina dentro el panteón, casi de frente al mausoleo con otra inmensa su cruz de metal, réplica de la que está en la iglesia que financió El Lazca. Ahí están sólo los restos de la madre del ex líder de Los Zetas, Amelia Lazcano; los de su padre, Gregorio Lazcano, no están ahí, sino tumbas más abajo, en un sepulcro lleno de abrojos, con la lápida gris agrietada.

“Como este cuartito –y señala las paredes de madera abolladas–, así era la casa que tenían”, cuenta don Andrés, y luego sentencia: “sí estaban bien amolados los pobres”. Eran dos cuartitos así los que conformaban la casa de la familia Lazcano Lazcano, con seis hijos, cinco mujeres y Heriberto. En ese predio, en calle Sabino, ahora está la mansión que construyó El Z3. Pero en aquellos tiempos, recuerda el sepulturero, “cuando caía un aguacero se tenían que salir porque se les llenaba de agua”, entonces se refugiaban con sus vecinos, él entre ellos.

En El Tezontle no ven a Heriberto Lazcano como el sanguinario líder de la droga que describían las fichas del gobierno federal y la DEA estadunidense, sino el benefactor de la colonia.

“Al menos con mi familia y con otras personas, nada de que hubiera violencia. Al contrario, ayudaba a la gente. A los que veía que estaban un poco quebraditos, ahí les daba su lanita para la comida o para lo que ocuparan”, cuenta don Andrés, de 74 años.

Los últimos 25 los ha pasado como encargado del Panteón Ejidal de San Francisco, por eso sabe que en tres semanas se construyó el mausoleo, en el que no hay cuerpo, y que las hermanas de Heriberto son las que van una o dos veces por año a limpiar, para dejarlo impecable como está siempre.

“El cuerpo nunca llegó. Yo nunca supe, pero siento que me debían de haber avisado”, dice, y después conjetura que la voluntad de Lazcano era que sus restos estuvieran junto con los de sus padres, entonces, no ve por qué, si el cuerpo robado por un comando armado en Coahuila era de Heriberto, no haya sido sepultado ahí.

La iglesia que financió fue una de las últimas obras que hizo el capo, según los vecinos. Antes también pavimentó las calles y muchos años todavía patrocinó el festejo de la Candelaria, con agrupaciones como Los Invasores de Nuevo León y La Banda Jerez, su preferida. Ahora lo hace “la familia Lazcano”, pero el tributo ya no es sólo para “Heriberto Lazcano Lazcano”.

“Terminaron la iglesia, pero ahí ya no se presentó (en la inauguración), o quién sabe si se presentaría en la noche, pero ya nunca lo vi. No, si lo viera ahora tal vez ya no lo reconocería, ya ve que uno deja de mirar a la gente y cambia mucho”, dice don Andrés, que deja ver los molares perdidos con la carcajada que suelta cuando imagina: “qué tal si ha venido y yo ni en cuenta”.

Lo van a convertir en leyenda

Cuando el gobierno federal aseguró que había eliminado a El Lazca en Coahuila –aunque después el supuesto cuerpo fue robado–, el entonces gobernador de Hidalgo, Francisco Olvera Ruiz, dudó de la veracidad de toda información generada en torno al suceso: “Creo que si se llevaron el cuerpo, probablemente ni esté muerto y lo estén atendiendo, pero si está muerto, lo van a convertir en leyenda”.

Como vaticinó, la leyenda de Heriberto Lazcano trasciende a El Tezontle y llega a municipios de Hidalgo donde el cártel tuvo presencia, a través de rumores e historias que los pobladores cuentan. Uno de ellos es Apan, en la Altiplanicie pulquera, de donde son originarios sus familiares.

“Tienen una casa, una mansión, en la punta de un cerro. La leyenda dice que ahí vive El Lazca y que está vivo”. Es como una especie de pirámide y en la colonia 20 de Noviembre de Apan, que es la zona más cercana, dicen que han visto al Lazca bajar”, cuenta uno de los habitantes que resguarda su nombre por seguridad.

En la época de mando de Lazcano con Los Zetas, el involucramiento del crimen organizado con el poder hidalguense llegó a muchos niveles.

El Pino, José Augusto Vega Pacheco, un expolicía asesinado el 12 de mayo 2017 tras salir de prisión, donde estuvo por nexos con el narcotráfico –después libre por irregularidades en el proceso–, testificó en noviembre de 2011 que en la nómina de Los Zetas estaba un agente de la Policía Ministerial comisionado a la escolta del entonces gobernador Olvera Ruiz.

Un exagente detenido el 24 de junio de 2009 que pasó cinco años en el Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso 5) de Villa Aldama, Veracruz, reveló a Proceso que la frecuencia de radio la infiltraron Los Zetas, y que los policías tenían prohibido el ingreso a la colonia El Tezontle, donde estaba una casa de seguridad de El Lazca que inteligencia federal ubicó en la avenida Álamo, calle de Sabino 107.

La muerte no frenó la violencia

Se persignan frente a la cruz donde está colocada la foto de Lazcano, exlíder de Los Zetas. Coinciden el fervor religioso y la devoción católica y el agradecimiento a quien construyó la iglesia.

En El Tezontle ya no hay violencia, dicen. “El señor nunca lo permitió”, dice una señora que tiene un puesto frente a la iglesia, de frases cortas pero contundentes: “él hizo lo que nunca hizo por nosotros el gobierno”.

Pero éste no es el único legado del Z3. La escisión más violenta de Los Zetas, La Vieja Escuela, se identifica como herencia de Heriberto Lazcano. En Tamaulipas –otro feudo zeta en la época de Calderón, al igual que Coahuila e Hidalgo– desaparecieron tras pelear la plaza con el Cártel de Noreste, pero en este estado la disputa sigue viva con el Cártel Jalisco Nueva Generación, aunque la pugna es otra: el control de los ductos de Pemex para extraer el crudo.

                                                         
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