De cómo México perdió Texas porque su ejército se estaba echando la siesta: una deshonra en la memoria

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Varias décadas después de independizarse del Imperio español, México había perdido más de un tercio de su territorio a consecuencia del empuje de EE.UU. y de las luchas intestinas. La promulgación de las Siete Leyes en 1835, que alteró la estructura de la naciente República Federal de los Estados Unidos Mexicanos, provocó movimientos separatistas en varios territorios, entre ellos Texas, que consumó su independencia a partir de 1836. Una espina clavada todavía en el orgullo mexicano, avivada hoy por la confrontación diplomática con Trump y por las deshonrosas circunstancias de la última derrota del conflicto: la siesta de San Jacinto.

El enfrentamiento entre las fuerzas mexicanas y las texanas, apoyadas por EE.UU, comenzó con una grave derrota de los secesionistas en 1836. Los mexicanos vencieron a los rebeldes, entre ellos el célebre Davy Crockett, en una batalla en la antigua misión española de El Álamo. A esta victoria, los mexicanos sumaron nuevos triunfos en la batalla de Refugio (15 de marzo de 1836), en la batalla de Coleto (el 20 de marzo), en Encinal del Perdido y en la de Goliad. No en vano, esta racha de vino y rosas llevó al general y presidente de México, Antonio López de Santa Anna, a adentrarse en territorio texano dejando atrás una gran parte de sus fuerzas al mando de los generales Vicente Filisola y José de Urrea.

Consideraba en ese momento que para terminar con la revuelta texana era indispensable destruir los últimos remanentes del ejército rebelde dirigido por el estadounidense Sam Houston. Por supuesto había muchas razones por las que la decisión de Santa Anna era imprudente. El ejército rebelde estaba huyendo en inferioridad numérica, sí, pero cuanto más se adentrara en tierras texanas más oxígeno ganaba, sobre todo gracias a la asistencia estadounidense. A esta circunstancia el ejército mexicano debió sumar el perjuicio de que no conocía tan bien el terreno como el enemigo, carecía de provisiones y sus tropas estaban divididas.

Santa Anna contra Sam Houston
Santa Anna logró alcanzar a los texanos a la altura de Nueva Washington, si bien sus tropas no pasaban de los 900 efectivos y prefirió actuar con cautela. López de Santa Anna detuvo la persecución el día 19 de abril en un punto de la confluencia del río San Jacinto y el río Buffalo Bayou, al este de la actual ciudad de Houston, sin darse cuenta de que en pocos días iba a convertirse él en el cercado.

El terreno donde se asentaba la fuerza mexicana estaba en la confluencia de dos corrientes de agua y acorralado por un pantano y separado de los texanos por un pequeño prado con árboles, lo cual lo hacía fácil de defender pero impracticable para realizar un contraataque. «Quise atraerlo al terreno que más me convenía, y me retiré hasta mil varas sobre una loma, que proporcionaba ventajosa posición: agua a la retaguardia, bosque espeso por la derecha hasta la orilla de San Jacinto, llanura espaciosa a la izquierda y despejado al frente», alardeó Santa Anna sobre la disposición de sus tropas. Tener un pantano en la retaguardia y un bosque en un flanco era algo difícilmente ventajoso.

Santa Anna estaba por primera vez en inferioridad numérica y en territorio rebelde. Los líderes texanos, Sam Houston y James C. Neill, reorganizaron sus tropas y en la tarde del 20 de abril, recibiendo una columna de refuerzo hasta elevar su número de efectivos a 910 hombres. Así y todo, la indecisión texana permitió que en la mañana del 21 de abril López de Santa Anna uniera a su ejército 500 hombres de refuerzo liderados por el general Martín Perfecto de Cos. Y aquí el presidente mexicano volvió a cometer un grave error al ordenar que los refuerzos, que llevaban en marcha desde hace 24 horas, comieran y durmieran en lo que pretendía ser una breve siesta y terminó siendo un maratón en honor a Morfeo.

Una vez finalizado el descanso, Santa Anna pretendía arrojar sus tropas contra el enemigo camuflado en el bosque, lo que hubiera sido probablemente tan desastroso como lo que realmente sucedió, pero no tan vergonzoso.

Una siesta de siete horas
Los mexicanos no solo durmieron más de las tres horas planificadas en un principio, de hecho sobrepasaron las siete, sino que descuidaron de forma grave la defensa del campamento. En un texto muy crítico con el papel de Santa Anna, el escritor y político mexicano Francisco Bulnes considera que «no se necesitaban más de un retén de 20 hombres, que a su vez se turnaran, para que los demás hombres pudieran comer y dormir». Pero Santa Anna no estableció este retén, dando permiso al capitán Aguirre para descuidar la vigilancia unas horas, y finalmente se retiró también él a dormir.

«Como el cansancio y las vigilias producen sueño, yo dormía profundamente cuando me despertó el fuego y el alboroto. Advertí luego de que éramos atacados, y un inexplicable desorden. El enemigo había sorprendido nuestros puestos avanzados…», relata el propio político mexicano.

Los refuerzos llegaron a las 9 de la mañana y a las 16.30 horas seguían durmiendo, lo que resultó una sorpresa para los texanos cuando se adentraron en las líneas enemigas sin encontrar oposición. En este sentido, Francisco Bulnes contradice la versión de Santa Anna de que los puestos avanzados fueron capturados porque, de hecho, estos no estaban en su sitio: «El enemigo no tuvo puesto avanzado que sorprender, porque nadie fue colocado en el bosque, que distaba medio tiro de fusil de la derecha del campamento de Santa Anna».

Los texanos iniciaron su avance a las 15:30 horas con el plan de atacar primero a la caballería pesada mexicana, si bien, al no hallar oposición alguna cambiaron de plan: se arrojaron sobre todas las líneas enemigas provocando el caos. Aquel día fueron masacrados 500 mexicanos y 600 cayeron prisioneros, entre ellos Santa Anna y su cuadro de oficiales, en una huida desesperada a través del terreno pantanoso que tan ventajoso era supuestamente. Apenas 79 hombres se salvaron del ataque. Lo que dejó a México con las manos atadas y sin cabeza para reaccionar ante la ofensiva diplomática. Houston y Neill obligaron a Santa Anna a firmar el cese de hostilidades y a reconocer la Independencia de Texas mediante el Tratado de Velasco el 21 de mayo de 1836.

¿Un mito racista?
El presidente de México estuvo preso siete meses y fue enviado a Washington D.C. para tratar directamente con el presidente estadounidense Andrew Jackson en calidad de prisionero de guerra. En paralelo, el Congreso Mexicano destituyó a Santa Anna y se negó a ratificar el Tratado de Velasco alegando que carecía de validez al ser firmado por un presidente de México preso.

Así y todo, México no tendría las fuerzas militares suficientes para recuperar Texas. Todas las intentonas fracasaron y únicamente derivaron en guerras con otras potencias, incluidas Francia y EE.UU. En cuestión de una década, Texas fue anexionado definitivamente a Estados Unidos.

Para cuando Santa Anna regresó a México fue repudiado por los mexicanos y tenido por uno de los personajes más infames de la joven república. La propaganda negativa contra él salpica todas las crónicas de la batalla de San Jacinto (el propio Francisco Bulnes fue un político contemporáneo de Santa Anna) y podría haber exagerado sus errores con fines político. ¿Se perdió realmente la batalla por una siesta? ¿O más bien es un mito basado en la concepción de los latinos como gente ociosa? Las crónicas militares y las contradicciones en el diario de Santa Anna demuestran sin lugar a dudas que, al menos en este caso, el ejército mexicano actuó con indisciplina y su posición fue sobrepasada por la escasa vigilancia y el exagerado celo con el que los soldados se tomaron la orden de descansar.

                                                         
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