Adicto a la pornografía es capaz de ‘seducirte y convencerte’ en las redes

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Gabriel se levantó y dijo: «Soy adicto a la pornografía». Escuché su historia en el estacionamiento de un restaurante en Ciudad de Juárez.

Llevaba muchos años sin ver a Gabriel (no es su verdadero nombre), pero decidí reunirme con él cuando me dijo que tenía que decirme algo importante que me podría interesar para escribir. Esa noche pasé de ser el compañero de clase de la primaria, al extraño que sirvió de confesionario para una culpa inmensa y el deseo de mantener a salvo una personalidad construida con base en una moral adquirida a fuerza de sentimientos cristianos.

Me contó que en su computadora hay una carpeta con cientos de fotografías y videos de diferentes personas, desnudas y teniendo relaciones sexuales. Que ha creado más de seis perfiles falsos en distintas redes sociales para pedir las imágenes aparentando que es otra persona: un joven musculoso con tatuajes en brazos y pecho, y rostro de trazos rectos, o una mujer de ojos claros y cabello oscuro, de sonrisa blanca y amplia; claro, también de senos redondos marcados bajo un prominente escote.

A través de Facebook, Instagram, Tinder, Omegle y algunos sitios de citas, Gabriel se instaló en el mundo virtual debajo de máscaras con la intención de lograr que una mujer, en otro sitio, se desnudara frente a su pantalla sólo para él. Y desnudarse adquirió un significado multifacético. Buscó intimidad y complicidad, secretos y empatía, quiso ver cada espacio más allá del cuerpo para saber que esa persona, al otro lado, existía. Llamó por teléfono para consolar a una mujer por la muerte de un familiar. Le dijo que lo sentía y, aunque no dijo que en realidad no era el musculoso y atento Miguel del perfil de Facebook, fue verdad que lo sintió.

Entró a grupos de Facebook de gimnasios y agregó a las mujeres que le parecieron más atractivas. Esperó la pregunta, siempre presente: «¿Quién eres?», «¿Por qué me agregaste?» Respondió lo de siempre, que la vio en la página del gimnasio antes de agregar como sufijo irremplazable: «¿Te molesta?» Así el anzuelo era tirado y si responden, llega el momento de contar la historia que construyó para ellas. Que es un instructor de gimnasio, que no es modelo profesional, pero que un amigo fotógrafo lo ha retratado.

A partir de ahí enfocó su atención en la plática de las próximas horas, pues, cuenta, el primer día es el más importante. Debe conseguir algo en ese lapso porque después, comenta, comienzan a sospechar. Se le van acabando las fotos o se va repitiendo el video. Y si eso pasa, se acaba el juego, «es siempre un intercambio de algo», dice.

En México, la Cámara de Diputados aprobó en diciembre de 2016 tipificar el delito de ciberacoso sexual. Se reformaron artículos 211, 259 Bis del Código Penal Federal y el capítulo I del Título Décimoquinto que quedó como «Hostigamiento Sexual, Acoso Sexual, Ciberacoso Sexual, Estupro y Violación». También se adicionaron los preceptos 210 Bis, 259 Ter y 259 Quáter.

Para el artículo 211 se propuso lo siguiente: «A quien habiendo tenido una relación de confianza o afecto y por ello hubiese tenido acceso a fotografías, videos o imágenes de contenido sexual y las divulgue sin contar con la autorización de la persona afectada, se le aplicarán sanciones de uno a cinco años de prisión y de 300 a 600 días de multa».

También se refiere que: «Comete el delito de ciberacoso sexual quien, con fines lascivos y utilizando la coacción, intimidación, inducción, seducción o engaño, entable comunicación a través de cualquier tecnología de la información y comunicación, con una persona menor de 18 años de edad o persona que no tiene capacidad para comprender el significado del hecho aún con su consentimiento. A quien incurra en este delito se le impondrá una pena de dos a seis años de prisión y de 400 a 600 días multa».

Para hacer el perfil de Miguel tomó un video de una página de pornografía en la que había un espacio dedicado a videos de conversaciones virtuales en los que ambas partes se desnudan frente a su webcam alternando la escritura en el teclado. Grabó la parte en la que aparece quien en realidad, supo después, es un modelo brasileño que se llama Bruno Spinelli. Después, cuando supo quién era el del video, buscó sus fotografías e hizo todo el perfil.

Luego entró a la página mexicancupid.com con el perfil de una mujer. Pagó 180 pesos mensuales para poder hablar con quien quisiera. Platicó con una joven con residencia en Australia. De ella consiguió decenas de fotos y videos desnuda y vestida. En algún punto le dijo que era falso y dejaron de hablar. Con esas imágenes creó otro perfil de Facebook, éste más exitoso por todo el material que juntó, además de tratarse de una mujer atractiva. Dijo ser homosexual, que busca tríos, pidió videos de parejas teniendo relaciones, intercambió fotografías, consiguió más material para su extensa carpeta. En otro lugar del mundo hay una mujer real que no sabe cuántas personas conocen su cuerpo desnudo.

A través de los dos perfiles consiguió imágenes de mujeres de varios estados de México y también de distintos países. «Las argentinas son las más fáciles», dice. Pero también agregó bajo la identidad falsa a conocidas de Ciudad Juárez, Chihuahua, lugar en el que vive.

El primer recuerdo que tiene Gabriel relacionado con la pornografía es un llavero que le robó a su padre para llevarlo a la primaria. Después llegaron noches en que salió de su cuarto a escondidas para ver de lejos las imágenes eróticas proyectadas en un televisor prendido por dos adolescentes que lo pensaban dormido.

Llegó por fin el día de encontrar aliados y herramientas. La secundaria se convirtió en fuente de complicidad y consejos. Amigos e internet. Y en la preparatoria, a manera de epifanía, un evento que cambiaría su concepción del mundo y la manera de interactuar en él: uno de sus amigos con las fotos de una compañera de clase desnuda.

No se trataba de la mujer frente a la cámara que trabaja teniendo sexo. Esta vez era la cumplida, la católica, la de los estándares morales perfectos, la compañera de al lado, tan existente y tan palpable como él mismo. Atrás la pornografía común y corriente; adelante lo amateur como un gusto más definido y refinado. La intención, entonces, de conseguir su propia pornografía, más cercana y más real.

Al principio, un grupo de adolescentes frente a una cámara web, pidiendo en un chat, a mujeres, que les enseñaran los senos; omegle.com fue un inicio funcional y social. Después la individualidad. Luego los perfiles falsos y el conocimiento del vasto mundo de la pornografía en internet.

                                                         
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